Hoy recuerdo aquella época en que tuve que prohibirme llorar
a menos que pelara cebollas, pero echaba tanto de menos
el cuerpo que la cebolla no faltaba en ninguna comida.
Ahora el cuerpo y la cebolla se abren como lunas que me hacen llorar sin pena.
De la misma manera que el sol abre las plumas de las alas glaciales de un ángel de hielo.
miércoles
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