jueves

El ascenso

Subíamos escaleras todo el tiempo. Siguiendo el latido del corazón. Cada paso llevaba más arriba. Era una catedral en algún lugar de otro país.

Cuando llegamos arriba, buscamos nuestra casa, pero no se veía, como era de esperar. Sólo las sombras de otros pueblos y las montañas que rodeaban el valle y, sin embargo, nos negábamos a bajar hasta recibir alguna señal.

Sin mirarnos, como entendiéndonos, y sin decidir movernos, decidíamos quedarnos.

Mirábamos hacia lo que decías que era el sur, aunque yo bizqueaba a un lado porque pensaba que aquello era el oeste.
No quería contradecirte, me faltaba humor para eso.

Después llovió, tres días y sus noches, cientos. Los trenes de gotas nos arrastraban en su viaje vertical.

Cuando el tiempo erosionó las piedras y la catedral ya se confundía con el valle, echamos a andar.

Detrás de nosotros, canturreaba una niña dando saltos.
Se me cayó la botella a tu espalda cuando la oí.

- Tu me tue,
tu-m'aime, tu me tue,
tu m'aime tu me tue...

Nos siguió hasta lo más alto de la colina. Era una niña francesa. Me matas, me amas, me matas, me amas, me matas... Eso decía la canción.

Ya sólo se dejaban ver las cúpulas más altas de la catedral por encima de la hierba. Las casas desaparecían bajo un manto verde. La niña volvió a bajar hacia el valle. Silbamos hasta borrar la letra de su canción. Sin palabras, continuamos nuestro camino hasta las próximas escaleras.